¿Quién apagará la luz?

Peña Nieto: cuando presentó la iniciativa de Reforma Energética

Reforma Energética. Peña Nieto, presentando la iniciativa el 12 de agosto de 2013. Foto: Presidencia de la República.

¿Quién apagará la luz?

Por: Violeta Santiago

(México) El título de este artículo de opinión es una triste referencia a El último que apague la luz, una obra que trata sobre la extinción del periodismo, escrita por Lluís Bassets, director adjunto de El País. Pero no hablaremos del periodismo en esta entrada, aunque sí de una extinción.

El 11 de diciembre de 2013, México despertó con una notica que debería conmocionar a la sociedad: el senado de la república aprobó la reforma energética con 95 votos a favor y 28 en contra. Un día antes, se aprobaba la “Ley de Manifestaciones Públicas”, que fue propuesta por el diputado panista Jorge Sotomayor Chávez. Al panorama se le puede sumar la reelección consecutiva de diputados y senadores; el alza del 60% al boleto del metro y el movimiento que se ha generado a partir de esto, como forma de protesta, conocido en las redes como #PosMeSalto.

El malestar en el país es general y no se necesita ser un experto en la materia para darse cuenta de ello. Y la sociedad protesta, sale a las calles, participa en el #CercoASanLázaro, se salta los barrotes del metro, escribe en twitter, escribe columnas, se indigna. Y ¿después? El enojo, el coraje, está presente. Sin embargo, como otros movimientos en México, estas acciones parecen estar condenadas al fracaso: durante la mañana #ReformaEnergética era tema del momento. Por la noche, ya había desaparecido de las tendencias en Twitter. Eso no significa que las personas hayan dejado de hablar de ello. Pero los que escriben furiosamente en las redes ya se han de haber ido a dormir o estarán viendo su serie favorita. No lo sé. Incluso, su humilde textoservidora, es una activista de clóset, que en muchas ocasiones ha salido a las calles, pero que no ha cambiado nada.

Se extingue la lucha, aunque pareciera existir. Es, en realidad, pabilosa. Leía entre los contactos de mi timeline que se tienen las condiciones históricas adecuadas. Pero la realidad, y con base en las observaciones prácticas que se hace de ella, parece dirigirse a un futuro incierto. Son —somos— 110 millones de mexicanos; si tan sólo un 10% pidiera un cambio, podría cambiar el curso del país. ¿Qué es lo que ocurre en México? ¿Tendrá razón Gonzalo Martré, como lo ha plasmado en su cuento de ciencia ficción “Los antiguos mexicanos a través de sus ruinas y vestigios”?

“La pasión central de los mexicanos era destruirse entre sí y acabar con su país, lo cual consiguieron exitosamente al correr de los años.”

No habrá cambios mientras la sociedad permanezca narcotizada y enajenada, mientras no se vuelva prioridad y tema de discusión en la familia, en la casa, con los amigos… vamos, una prioridad. No. Es un tema que muchos toman para intentar parecer intelectuales, para profundizar en una fiesta con unas copas encima, para ganar seguidores de twitter. Me molesta la inactividad, me molesto conmigo misma y desearía salir a las calles, pero tampoco sé qué hacer. Y quizá ese es el mismo sentimiento que inunda los corazones y los pensamientos de miles, hasta millones de mexicanos en este instante.

Apatía, negación y autodesprecio

Se vive en un país donde cada día ocurren hechos de sangre, tan macabros y violentos, pero a los que ya nos hemos acostumbrado. Tan sólo hoy en la mañana, en una ciudad ubicada en un estado con ‘luna de plata’, donde su máximo dirigente asegura que “no pasa nada”, se enfrentaron —de nuevo— en medio de la calle dos grupos, con un resultado de 3 muertos. Eso, en el argot periodístico, diríamos que no es noticia: ya no tiene novedad. Qué son 3, cuando han ocurrido 40. Una mención en redes y quizá un espacio en interiores o “sucesos” o como sea que el diario le designe a su sección de nota roja.

México, donde la clase baja se siente de media y la media, alta, cuando no sabe que para pertenecer a la clase alta (AB) debiera tener ingresos mayores a los 85 mil pesos mensuales y eso sólo lo logra el 7.2% de la población, mientras que la clase media alta (C+) es representada por el 14%, la clase media (C) es el 17.9%, la media baja (D+) el 35.8%, la clase baja o pobre (D) es el 18.3% y finalmente, el grupo denominado en “pobreza extrema” (E) representa el 6.7% de la población (IMAI, 2009). A propósito, ilustro  con una anécdota —curiosamente vivida el día en el que se escribió este artículo— ese trastorno que tienen algunos mexicanos por sentir que pertenecen a una clase mayor, cuando la realidad del país es dolorosamente diferente:

Después de comprar alimentos, tomé el autobús que me deja cerca de casa, como siempre y desde los últimos cuatro años he hecho; pagué, mostrando mi credencial de estudiante y ocupé mi lugar. Detrás de mí se sentaron dos jóvenes, un chico y una chica, en quienes no reparé hasta que escuché decir al muchacho (con un acento, un tanto fingido): “O sea, el camionero me preguntó que si estudiante. Ni que fuera pobre”. Había sido un día difícil, en el que se había aprobado, por un grupo de personas sin escrúpulos, la entrega de los recursos energéticos del país a particulares nacionales y extranjeros, sumado a una burocracia universitaria en trámites que ya deseaba terminar. Ganas no me faltaron de girarme y decirle: “Ser estudiante no es ser pobre. Pero con tus argumentos demuestras la pobreza de tu educación”. Sin embargo, no lo hice. Aunque tenía ganas de levantarme y anunciar, cual vendedora de metro capitalino, “Señoras y señores, les vengo manejando la venta más grande que ha tenido este país”. Los jóvenes siguieron hablando y, aunque aumenté el volumen de la música para no escucharlos, se colaron entre las notas de la canción que sonaba palabras como “Indio con machete y rifle”. Al final, cuando por fin podía descender de la unidad, les he mirado y, sin pretender juzgar a nadie, observé lo siguiente: el chico en cuestión mostraba rasgos autóctonos, visibles en la pigmentación de su piel, su cabello y sus ojos; la forma del cráneo, la nariz, los labios; la complexión del cuerpo y la estatura. Pero de su boca salieron las palabras más contradictorias que en mucho tiempo había escuchado.

Los mexicanos —no todos— tienden a preferir creer estar bien —de hecho, mejor— que a darse cuenta de que no lo están. Comúnmente escucho frases como “pero el PRI no es tan malo”, “pues me pidieron la credencial y como la señora de la colonia llegó y me contó sus propuestas, pues creí que este era el bueno”, “pero si PEMEX no se va a privatizar”, “a mí en qué me afecta, yo no soy petrolero”, “deberían ponerse a trabajar”.

En las primeras líneas explicaba a qué se refería el título de este espacio de opinión, que espero no dejar en el olvido. Extinción. Se extingue la oportunidad de hacer un cambio, se muere con la indiferencia, la apatía, la incredulidad, la negación; se acaba con el desprecio de unos sectores hacia otros: el último estudio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reveló que cerca del 40% de los mexicanos toleraría una limpieza social.

“Para algunos mexicanos la perfección misma estaba en el holocausto ecuménico.” Martré.

Materializar soluciones

Hace falta más que indignarse: hay que indignarse de verdad. No basta con generar tendencias en la red, hay que materializarlas. Aunque he de admitir, que cuando se escuchan personas como la de la anécdota o se observa la apatía que rodea  a tu entorno, las ganas se extinguen, pues nadie daría su vida, sus fuerzas, su integridad, por una nación “que no valía un cacahuate”.

Pero, vamos, que esto no es irreversible. Las leyes pueden volver a ser reformadas o derogadas. Al final, la soberanía reside en el pueblo y en él está, si deja reelegirse a los senadores (desde aquí, un ‘saludo’ a los 3 senadores de Veracruz que votaron sí a la #ReformaEnergética: @HectorYunes, @PepeYunes y @FYunesMarquez) que han dejado pasar las reformas y se permiten jugosos sueldos. Hay elecciones en 2015, pero sólo espero que en dos años no se le olvide al pueblo mexicano la traición de este día. Si el PRI vuelve a ser mayoría en dos años, si pueden más las tarjetas MONEX y las despensas con gorgojos, entonces se podría declarar extinta la capacidad de raciocinio del pueblo mexicano y habrá obtenido, para desgracia de todos sus habitantes, el maldito Gobierno que se viene mereciendo desde hace muchos años. Si tan sólo el pueblo entendiera que es él, el que tiene el poder, no estaría retrocediendo a un oscurantismo intelectual y, quizá, hasta literal: la luz, más cara; cuya última pregunta, despojada de toda esperanza   —cual puerta del averno— será: al final ¿quién apagará la luz?

Referencias

Martré, Gonzalo. (2002) “Los antiguos mexicanos a través de sus ruinas y vestigios”. En: Visiones periféricas. Link del cuento: http://axxon.com.ar/rev/159/c-159cuento12.htm

AMAI (2009) “Los niveles socioeconómicos y la distribución del gasto”. http://www.amai.org/NSE/NivelSocioeconomicoAMAI.pdf

Excélsior. (2013) “ONU: 49% toleraría la limpieza social”. http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/12/08/932596